Gloriae Mundi
“El verdadero progreso es el que pone la tecnología al alcance de todos” - Henry Ford
Sí de algo no cabe duda, es que vivimos (como siempre) en tiempos convulsos. Esta característica, consustancial al desarrollo humano, se torna más evidente gracias a los constantes flujos de comunicación informativa en tiempo real, que determinan la era tecnológica que nos toca vivir.
Las interpretaciones sobre los hechos acaecidos son por tanto inmediatas, y en numerosas ocasiones tan evanescentes y livianas como la propia fugacidad de los electrones, últimos responsables del trasvase de la información cibernética.
Es el sino de los tiempos, y en el caso de la actual situación que atraviesa el gigante norteamericano de la automoción General Motors, epítome del desarrollo industrial del siglo XX, es divertido comprobar que muchas de las interpretaciones vertidas se acompasan indefectiblemente con el deplorable estado intelectual del planeta.
La incoación del “Chapter 11”, homologable en España a la suspensión de pagos, está centrando la atención de innumerables comentaristas mediáticos, como siempre tamizados por el filtro de sus respectivas ideologías e intereses.
Como en otras ocasiones, el principio rector adolece de argumentos sólidos para defender sus postulados, mientras que en el caso de los defensores del pensamiento único, se aprovecha para construir una doctrina contundente, en la que lo primero que llama la atención, es la demonización de la causa contraponiéndola al efecto.
Ortega decía que nuestro país, posee la particularidad de ser el único en el que se pierde el tiempo discutiendo sobre los hechos contrastados. En este contexto, la satanización del sistema de libre mercado a partir de la desgraciada coyuntura del gigante norteamericano, se constituye en un recurso perverso para mantener el discurso político de un idílico estado laboral siempre prometido, más cercano a las parábolas bíblicas, que a los recursos de la Razón.
El argumento para atacar al único sistema económico que hasta ahora ha demostrado, con sus grandes defectos y virtudes, la capacidad de mejora efectiva de las condiciones de vida de millones de seres humanos, tiene poco recorrido si inquirimos a las miles de familias de trabajadores que, a lo largo de varias generaciones, han podido subsistir y mejorar sus condiciones de vida durante un siglo de existencia de la corporación automovilística, y sin embargo articula un, al parecer efectivo, corolario más cercano a las creencias religiosas que al de un análisis racional del asunto en cuestión. El sistema es, y por supuesto debe ser, susceptible al análisis y a la crítica, pero lo lamentable es la simpleza de los argumentos empleados en esta ocasión.
El silogismo es tan pueril, que se resume en culpabilizar al cordero que nos comimos ayer, del hambre que pasamos hoy.
Esta coincidencia no es casual si consideramos ciertas las tesis de Ortega, que también sostenía que el marxismo no es más que una perversión del Cristianismo, y desde luego en este y otros patrones de conducta proselitista comunes a cualquier credo religioso, la intención universalista se traduce en un deseo inequívoco de perpetuarse de manera indiscutible y eterna, aspirando a suplantar las tesis evangelizantes tradicionales, con argumentos que arrasan cualquier discurso razonalista, necesariamente contrario a la imposición de superestructuras colectivas.
En definitiva, una hábil suplantación de la Fe religiosa de cualquier índole, extrapolada de la experiencia observada en las escasas instituciones humanas, que han logrado sobrevivir en el tiempo a lo largo de la Historia. Este comportamiento encubre una prosaica realidad sociológica, resumida en odiar lo que uno envidia, y en el fondo anhela.
Pero por simple que parezca, el recurso funciona en el imprinting colectivo, tan favorable a que la causa de todos los males siempre sea achacable a los demás, y por lo tanto generosa con las tesis que anulen la capacidad y responsabilidad individuales del ser humano para la transformación de una realidad circunscrita ineludiblemente a sus distintas fases naturales, del orto al zenit, consustanciales a nuestra propia naturaleza biológica.
La General Motors, como cualquier otra empresa humana, nació, creció, y necesariamente acabará muriendo algún día. Es probable que incluso corrija alguno de los graves errores cometidos durante su prolijo desarrollo, centrados fundamentalmente a mi parecer, en la introspección derivada de una acción constreñida a su propio mercado, que ha resultado inviable en el transcurso del tiempo. Toda una paradoja para una compañía integrada en la filosofía globalizadora del país-continente al que pertenece.
En cualquier caso su continuidad, o cierre definitivo, se ha de enmarcar en algo tan simple como la propia caducidad de todo lo que nos rodea, creado natural o artificialmente por la mano del hombre, y ha de servir únicamente para aprender a corregir errores en el futuro, que propicien la mejora vital de las siguientes generaciones, dentro de un marco de progreso sostenible, necesario e inevitable.
La ingenua idea de la perpetuación de estructuras productivas sine die, seguirá mientras tanto en las atribuladas cabezas de algunos predicadores pseudo-progresistas, cargados de mesiánicas intenciones exorzizantes, que echarán la culpa a Edison (por haber inventado la bombilla), de la oscuridad imperante a nuestro alrededor.
Así nos luce el pelo.
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Sic Transit...