viernes, 30 de enero de 2009

Un Golfo en Tehuantepec

“Todo lo que incomoda al poder y a las buenas conciencias, eso es Marcos” - Rafael Guillén

Me cuestionaba mi proverbial habilidad para caer siempre cerca de las resacas de Dios, mientras obediente me abrochaba el cinturón de seguridad. Tras una interesante y siempre recomendable escala táctica en Oaxaca de Juárez, nuestra pequeña aeronave se encaminaba vacilante a la cabecera de pista, bajo un cielo que presagiaba un vuelo similar a su tono zaino y azabache, resignada al destino del heliotropo bajo la ventisca. La aeromoza repartía apresuradamente paquetes de seis latas de cerveza Tecate entre cada uno de los cuatro compañeros de viaje que invadíamos el estrecho fuselaje. Sabía que cualquier intento por obtener unas gotas de mi viejo Chivas era del todo inútil, por lo que tuve que aceptar sin rechistar aquella impuesta y singular ración de lúpulo de la que algunos se apresuraban a dar cuenta. Tras unos apasionantes minutos que hubiesen hecho las delicias de cualquier aspirante a cosmonauta, nuestro habilidoso comandante americano, tocado sin duda por la dama de Loreto, posó aquella garrapata volante con innegable destreza en una pista encharcada que escurría un viento cruzado de muchos nudos.
Era el año de Hugo, y nuestro destino un nombre tan evocador como Puerto Escondido.

El panorama que ofrecía el nuevo paisaje de aquel atardecer regado con la bilis vomitada por el famoso huracán, se podría definir simplemente como desolador. Pese a todo, la pequeña terminal semi-inundada acabó devolviéndome con mexicana cortesía todos mis enseres, bajo un pegajoso y sofocante calor, y sin más daño que algún ligero toque en mi acolchado tri-fin.
Contento a pesar de estas circunstancias, y bajo el intenso sonido de los generadores eléctricos de emergencia, resolví encontrar un alojamiento conveniente, encomendándome a las insistentes sugerencias de un diligente conductor, que prometía depositarme en el mejor establecimiento de todo Puerto Escondido.
Pocos minutos después llegábamos a un pequeño e inolvidable edificio de adobe, presidido por un cartel rotulado toscamente, en el que se leía “Hotel Arco Iris”, bajo una intensa lluvia torrencial, que dificultaba el embarrado avance de nuestra destartalada camioneta.

La oscuridad de la noche comenzaba a sumarse a la climatológica bajo el estruendoso fragor de un mar confundido con el feroz estruendo de rayos y centellas, que desmentía incesantemente su pacífico nombre.
Aquel intento de hotel, recién inaugurado en aquellos tiempos, y del que posteriormente disfrutaría por su inmejorable situación en plena playa de la Zicatela, era a pesar de las apariencias, el mejor aposento posible como posteriormente constataría, y en cualquier caso, el panorama del exterior no invitaba a buscar ninguna alternativa mejor.
Me debatía en estos pensamientos tumbado en mi catre, mientras observaba con preocupación las aspas metálicas del gigantesco ventilador que oscilaba inestablemente sobre mi cabeza recordándome el invento del Dr. Guillotin. Las decenas de pequeños insectos negros y crujientes que deambulaban por el suelo de mi estancia y la ausencia de mosquiteras dando paso franco a mosquitos que harían feliz a Patarroyo, no fueron obstáculo para conciliar el sueño, arrullado por los cansinos silbidos de una pareja de salamandras, emboscadas en la cadena trófica que constituía mi habitación.

A la mañana siguiente, pude contemplar de nuevo el siempre magnífico espectáculo del Océano Pacífico más tropical, amaneciendo con fuerza sobre una de las ensenadas más bonitas de México, casi virgen para los turistas en aquellos días. Las siguientes jornadas transcurrieron sin excesivos sobresaltos salvo los derivados del descubrimiento del sapo del tamaño de un gazapo, con el que conviví dentro del cuarto de baño de la habitación hasta el final de mi estancia, disfrutando de algunas sesiones de olas inolvidables una vez que las secuelas de Hugo fueron disipándose, reduciendo y ordenando los infinitos tubos de más de cuatro metros, que formaban cremalleras perfectas en el horizonte.

La última etapa de aquel viaje se completó a la perfección. En aquellos tiempos de azar programado, coincidí en la inmensa playa desierta con una reportera del Paris Match, que al igual que yo, mantenía una necesaria curiosidad por los acontecimientos sociopolíticos que comenzaban a fraguarse en el vecino estado sureño de Chiapas. Este encuentro propició un interesantísimo viaje por etapas hasta la frontera Guatemalteca, en el que visitamos Puerto Ángel, Salina Cruz, y el entorno de Puerto Madero.
Un bello e insalubre recorrido por uno de los rincones olvidados de los Estados Unidos Mexicanos, en el que de forma casi premonitoria, mis interlocutores se sorprendían por mi dominio del idioma español.

Unos años más tarde, pude ver en la prensa el familiar rostro de un personaje embozado, al que se le atribuye la ocurrente frase “disculpen las molestias, pero esto es una revolución”, y me vinieron a la memoria los fantásticos días que el misterio mexicano siempre me ha querido regalar, aderezado con el recuerdo imborrable de un Pipeline en español, alimentado por ojototes, tacos variados, proscritos huevos de tortuga, y profusamente regado con el elixir dorado del viejo Jimador.

miércoles, 28 de enero de 2009

“Los insignes políticos españoles del momento deberían, aprovechando la mejora de conocimientos económicos de sus conciudadanos, fomentar, impulsar, liderar, y en definitiva pro-piciar, con carácter de urgencia, la creación de la Unión Económica Iberoamericana (U.E.I.). Amigos Iberoamericanos, tenemos experiencia sobrada en la materia, dado nuestro liderato indiscutible en la administración y creación de infraestructuras administrativas descomunales e inútiles, y todo ello sin contar que nuestros líderes mantienen la misma talla intelectual que los de ustedes. Una fenomenal combinación. La impronta que hemos dejado a nuestro paso por la Comunidad Económica Europea*, y los ecos por expulsarnos de la misma, avalan el argumento.
Y nuestro/vuestro Rey volvería a tener Vi-Reyes”

*Hemos desplumado a los Europeos mediante los fondos de Cohesión, por un monto infinitamente menor (aunque considerable), al que nos deben tras su saqueo a nuestro tesoro americano, asiático, africano, oceánico y hasta europeo. ¡Eslavos, a trabajar!

martes, 27 de enero de 2009

España como encrucijada Razonalista

“En presentes indeterminados, el futuro siempre escapa cada vez que nos enfrentamos por un pasado determinado” AP

No es infrecuente en estos tiempos, escuchar algunas voces interesadas desde ámbitos políticos de nuestro propio país, predicando algo tan asombroso como la tesis de la inexistencia de España. Es probable, que para cualquier lector medianamente instruido, esta aseveración pueda resultar poco menos que hilarante, considerando que durante un largo periodo de la Historia fuimos la nación más rica y poderosa del planeta, conformando un Imperio, que historiadores tan brillantes y poco sospechosos como Toynbee, definen como un fenómeno sin parangón en la Historia Moderna de las civilizaciones.
Sin siquiera considerar extremos culturales, religiosos, o lingüísticos, esta posición históricamente incuestionable, facilitó la lógica aparición de todo tipo de adversarios y oponentes, que como en todos los procesos imperiales de la Humanidad, forjaron (y forjarán) una corriente anti-imperial que en nuestro caso, y entre otros muchos efectos, germinó por ejemplo en la famosa Leyenda Negra. Un atento estudio de la Historia, descubre que las secuelas sociológicas de esta beligerancia nunca son estériles, permaneciendo activas durante largos periodos de tiempo en el imprinting colectivo de dominados y dominadores, y también somatizadas por estos últimos al experimentar los crueles momentos del ensañamiento inherente al desmoronamiento de cualquier sistema de vida, impuesto desde una posición de predominio.
El sentimiento de culpa español sobre nuestro pasado, que parte sin duda de esta característica, se ha mantenido (y se mantiene) vivo a lo largo del tiempo, en forma inversa pero proporcional a la significación de nuestro propio papel en la Historia, sumado al juicio valorativo del pasado, reavivado últimamente por una nueva y pueril tendencia revisionista del análisis de hechos y acontecimientos, fuera de su contexto histórico. En este y cualquier otro ejemplo de valoración historicista, es sencillamente absurdo y estéril valorar los hechos del pasado bajo una perspectiva actual, salvo como frívolo y poco novedoso ejercicio demostrativo de las doctrinas de Hobbes.

En cualquier caso, el punto de vista razonalista no se detiene como digo, en el enjuiciamiento valorativo de la Historia; es obvio que este apartado se encuentra cubierto perfectamente desde otro ámbitos académicos consagrados a ello. Desde la perspectiva razonalista, agazapada en la atalaya del siglo XXI, el juicio convencional de la historia no tiene más importancia, que el dimanado del aprendizaje sociológico de los pueblos, que se pueda extraer para no reincidir en errores del pasado, y para alentar los puntos positivos de éste, que propicien la construcción de un futuro mejor. En este punto, la experiencia española, con todos sus errores y aciertos, resulta insuperable dada la riqueza y complejidad de un pasado patrimonial que convierte a nuestros conciudadanos en portadores de excepción, del vasto conocimiento extrapolable de un sinfín de lances y avatares, experimentados en nuestra convulsa interacción con la Historia de la civilización. Es también evidente que esta conciencia sólo podrá adquirirse de forma practica, mediante el cuidado de la enseñanza, y de la expansión y mejora del conocimiento en nuestro país, algo por otro lado desperdiciado hasta ahora en todo su potencial, por los mediocres políticos que han regido y rigen nuestra corta andadura democrática. Pero aún a pesar de ello, la herencia patrimonial es tan sólida que se seguirá manteniendo incólume a lo largo de los siglos, a pesar de la circunstancial y efímera actuación de estos próceres. Nuestro pasado reciente es la mejor prueba de ello.

En estos tiempos de desaliento y desanimo, se ha instalada una idea apocalíptica siempre consustancial (y también errónea) a los periodos de crisis, consistente en denostar sistemáticamente la verdadera importancia filosófica que representa España, acrecentada por ciertas espurias opiniones políticas, que desconocen un extremo tan evidente, como el que cualquier ser sometido a la observación del universo, es a la vez tanto lo que él percibe de sí mismo, como lo que es percibido por los demás. Este compendio, en el que no voy a parar a medir porcentajes, es fundamental para comprender nuestra verdadera esencia existencial.
En una aplicación práctica y evidente de este argumento, resultaría muy sencillo constatar el valor abstracto de nuestra existencia, a partir de la noción que nuestros vecinos mundiales tienen de nosotros. De entre todos, el conjunto de naciones hispanoamericanas es obviamente, la mejor referencia para demostrar esta tesis. Desde luego ellos saben perfectamente quienes somos, y el término Madre Patria es lo suficientemente explicativo como para no abundar en el asunto. Sea cual fuere su opinión afectiva o ideológica, sobre lo que no existe duda, es sobre la existencia de la misma, bendecida con sus heterogéneas valoraciones. Sería por tanto muy cruel despojar a más de seiscientos millones de personas de esta referencia vital. El espectro se podría ampliar a ámbitos geográficos que nos llevarían a los polos mas lejanos del planeta, acordes a las dimensiones de un Imperio, en el que como bien es sabido, nunca se ponía el sol. Esta realidad, mal que le pese a algunos, es tan sólida por sí misma que cualquier intento por alterarla se demuestra completamente inútil.

Muchos argüirán que España existió desde hace seiscientos años, otros se remontarán a Hispania como provincia romana, otros al momento en que España tiene Ministro de Igualdad y Defensor del Pueblo. En realidad, esto es lo de menos.
El razonalismo acepta ambas tesis, la de nuestra existencia desde el principio de los tiempos, y la de aquella restringida al inmenso mínimo que supondría su existencia como mera representación. Nuestra existencia es por tanto indiscutible.
La interpretación razonalista de esta existencia se rescata de ambas partes, realidad y representación. Ninguna de las dos debe condicionar el futuro proyecto de pensamiento nacional. Es más, ambos planteamientos deben ser aprovechados para reformular nuestro futuro como Nación de referencia en el panorama del pensamiento global.
Un pueblo heterogéneo, como consecuencia de nuestra magnífica posición geoestratégica, generada en el pasado a partir de nuestra propia acción expansiva, y que aglutina una experiencia formidable.
Nadie con un mínimo de conocimientos podría negar que España está conformada por un millón de sangres, y esto por encima de cualquier otra consideración, es una auténtica bendición para la doctrina razonalista. Es precisamente esta variedad la que ha permitido, que al margen de los pésimos dirigentes que casi siempre hemos padecido, las individualidades hayan conseguido eclipsar la falta de buen gobierno. Actualmente muchas voces claman el desastroso rectorado de nuestro destino común. Menuda novedad. Esto se ha repetido sistemáticamente, y a pesar de ello aquí seguimos, y me atrevo a asegurar que seguiremos hacia delante, a pesar de esta consustancial característica que nos persigue incesante.

La razonalización de España se debe formular únicamente a partir de la conjunción ideológica de lo que nos gustaría ser, y de lo que sería más conveniente para nuestro futuro. En definitiva una aplicación práctica de las leyes universales de la mecánica, extrapoladas a nuestra frondosa y a veces dura existencia vital, llegada incluso al extremo de nuestra propia fagocitación.
España existirá siempre, pese a quien pese, simplemente porque el bagaje de su aportación filosófica al destino del mundo puede constituir una ayuda indispensable para su propio destino.
A pesar de vivir en tiempos de indeterminación permanente, que nadie porfíe sobre la proverbial y famosa determinación española. El que lo haga errará una vez más en su pronostico. El respeto a la a Historia de Todos los Españoles avala esta encrucijada razonal.

viernes, 23 de enero de 2009

Sí tuviésemos que concentrar, metafóricamente, la esencia sociológica de la última década de prosperidad del mundo occidental, no encuentro mejor ejemplo que el éxito de los parachoques pintados en el color de la carrocería, generalizado a todos los vehículos utilitarios. Todo un ejercicio de anti-razón, desapercibido en nuestra sorprendente cotidianeidad.

jueves, 22 de enero de 2009


Curiosity Kills the Crab
“We will restore science to its rightful place, and wield technology’s wonders to raise health care’s quality and lower its cost…-. -And we will transform our schools and colleges and universities to meet the demands of a new age-
-For the world has changed, and we must change with it.-
-The instruments with which we meet them may be new. But those values upon which our success depends — hard work and honesty, courage and fair play, tolerance and curiosity, loyalty and patriotism — these things are old. These things are true.-“
Barack H. Obama

Repasando algunas frases pronunciadas por nuestro nuevo emperador en su discurso inaugural, descubro la palabra “Curiosity” incluida entre la relación de valores que incluye su mensaje, convergente en este punto y de forma sorprendente con la doctrina razonalista, y me viene a la cabeza nuestra interpretación y tratamiento patrio, al respecto de un valor tan denostado sistemáticamente por nuestro sistema sociológico y educativo, a lo largo de nuestra Historia.
Un ejemplo cercano y actual de esta personal interpretación hispana, referida a la siempre imperdonable curiosidad, es el caso del científico español doctor en Física, D.Antonio Brú, y a su innovadora aproximación al “mal” por antonomasia de nuestro tiempo.

Es indiscutible, que desde una perspectiva de sociología hipocrática, las enfermedades denominadas como cáncer, marcarán toda una época en la historia de la civilización, al modo que lo hicieran en otros tiempos la peste bubónica o la tuberculosis.
Esta lamentable patología, que constituye un inmenso reto desde hace cientos de años para la ciencia médica, encierra una curiosa paradoja en su mecanismo de actuación: La transformación celular producida a partir del intento de nuestras células por evitar su muerte. Este proceso denominado apoptosis celular, y que al parecer mantiene en su secuencia un determinante componente genético que marca los tempos del suicidio celular, deja de producirse en un determinado momento por múltiples causas, transformando las células afectadas en células cancerosas.
Desde un punto de vista estrictamente biológico, nuestras células rebeldes intentan sobrevivir a su ciclo natural evitando su suicidio, lo que acaba produciendo si no se remedia previamente, la afectación y muerte del resto de células, impidiendo al final del ciclo toda posibilidad de vida. En un contexto metafísico, un intento de inmortalidad abocado a una muerte inevitable. Es curioso que por evitar un suicidio se desencadene otro a mayor escala.

Nadie en su sano juicio podrá negar, que el tratamiento de la enfermedad al parecer aún se encuentra en una fase relativamente primitiva, dado el desigual resultado obtenido en la aplicación de las terapias empleadas hasta el momento; y algunas, de entre las múltiples causas de esta situación, sin duda tienen que ver con el abordaje estrictamente ortodoxo que en ocasiones los investigadores han de seguir, mediatizados por las directrices de sus patrocinadores, y por qué no decirlo, por su ortodoxia formativa y procesal, tan alejada siempre de los grandes descubrimientos de la civilización. La realidad actual es que, al margen de los incipientes tratamientos genéticos experimentales, la única solución convincente aplicada consiste en la extirpación, cuando es posible, del tumor, y en el genocidio indiscriminado de las células rebeldes, bien por envenenamiento químico o radioactivo.

Para algunos puede resultar sorprendente que seamos capaces de posar una sonda en Marte, y que sin embargo seamos incapaces de dominar completamente los procesos biológicos que se producen en nuestro organismo. Buscando nuevas perspectivas para el abordaje de esta lacra, el propio Razonalismo mantiene una teoría alternativa, basada en la física de partículas y en la alteración electromagnética de las mismas como causa final de lo que denominamos cáncer. Con esta tesis, se resumiría que los actuales estudios sobre los procesos biológicos implicados, no representarían más que la observación de las consecuencias y no la de las causas de la alteración celular, imbricadas en un nivel inferior, y contenido en la escala dimensional atómica.
El propio stablishment médico y farmacéutico, parece reacio a reconocer la superación de la biología celular tradicional y la imposición de una nueva disciplina que podríamos denominar biología atómica, y por ello quemará en la hoguera a cualquiera que diga lo contrario, y que pudiese alterar su línea de trabajo preestablecida.

Es por todo ello doblemente interesante, que este genuino e incomodo personaje español, haya tenido la osadía de buscar nuevos y originales ángulos en la búsqueda de soluciones a tan grave problema, en un sector tan hermético y rodeado de intereses tan espurios.
Utilizando patrones matemáticos, este investigador en la Universidad Complutense de Madrid y su equipo, han conseguido explicar el crecimiento tumoral.. Sus investigaciones establecen que el cáncer puede curarse mediante la estimulación adecuada del sistema inmune. En 1998 este científico determinó el primer modelo dinámico, experimentalmente demostrado, para explicar el crecimiento tumoral, basado en patrones matemáticos (fractales). Como consecuencia de dicha teoría, para el equipo de Antonio Brú, un tipo de leucocitos -los neutrófilos-, son capaces de curar el cáncer. Según parece, lo constataron en experimentación animal, y con dos casos humanos y, tras el éxito aparente, sólo han encontrado puertas cerradas, a pesar de las expectativas creadas a partir de las publicaciones realizadas en las más prestigiosas revistas de Ciencia Médica. Desde entonces su calvario se resume en la denuncia del boicot que están sufriendo en todos los niveles, y especialmente en el financiero, impidiendo la continuación de su labor de investigación.

Llegados a este punto, leo con atención la segunda acepción del RAE de la palabra “Curiosidad” y comienzo a explicarme muchas cosas: “Deseo de saber lo que no nos concierne”
Quiero suponer que esta segunda acepción se encuentra tan arraigada en nuestro imprinting sociológico y rector, que durante muchos años continuaremos caminando sobre los cadáveres de tantos herejes ajusticiados, en aras a preservar lo políticamente correcto frente a la perversa y malsana curiosidad española.
Como tantos españoles geniales, el destino de Antonio Brú parece verse constreñido a la diatriba que supone la aceptación de su auto-apoptosis personal (impuesta por nuestras células rectoras), o, y este sería lamentablemente el mejor consejo, a buscar el abrigo del cálido manto de nuestro nuevo emperador, en aras a conseguir el patrocinio necesario para continuar su poco ortodoxa línea de investigación.
¡Sí Miguel Servet levantase la cabeza!

Comunicado de Antonio Brú: http://www.mat.ucm.es/~abruespi/

miércoles, 21 de enero de 2009

El simple hecho de existir implica, que todos y cada uno de nosotros seamos el triunfo de una línea reproductiva que se remonta a siete millones de años. Considerando una generación media estimada en veinte años, esto implicaría, que hasta la aparición de los primeros hominidos en el planeta, contamos con trescientos cincuenta mil antepasados masculinos y otros trescientos cincuenta mil femeninos. Un total de setecientos mil padres y madres aproximadamente (sin contar la anterior etapa mamífero-hermafrodita).
Por pura combinatoria, cualquiera de todos estos antepasados ha sido alguna vez más rico que los demás en su generación.
El análisis razonalista de este árbol sociológico arroja, entre muchas otras, una desoladora consecuencia para los defensores de la lucha perpetua entre clases: Todos hemos sido ricos alguna vez.

martes, 20 de enero de 2009

I JORNADAS RAZONALISTAS - NATIVIDAD 2008
(Todo vuelve a su curso natural)