martes, 18 de noviembre de 2008

El tenebroso velo

“Cada cual se fabrica su destino” – Miguel de Cervantes

Enfrentarse a los problemas que han originado el actual sentimiento de un gran sector de la sociedad vasca no deja de ser una labor prolija e inmensa. El tema se ha abordado desde diferentes ópticas, imperando las políticas e ideológicas, pero pienso que nunca en profundidad desde él ámbito de su comportamiento y mecánica sociológica; Estas diversas aproximaciones, al menos han dado como resultado una denominación de partida a su problema: “el conflicto vasco”. Un conflicto, personal e intransferible, que por otra parte estigmatiza su sociedad y condiciona la felicidad de la actual y de las futuras generaciones, y que tiene visos de convertirse en algo consustancial y contrapuesto a su, ya mistificada en el recuerdo de los tiempos, apacible y bucólica existencia ancestral.
Los políticos locales que han propiciado esta especie de condena en vida, la renuncia por imposible a la búsqueda de la felicidad colectiva mediante la perpetuación del “conflicto”, tienen una responsabilidad que lamentablemente, solo con el paso de los años podrá ser valorada ética y moralmente por los que les otorgaron con sus votos la esperanza de un futuro mejor.
Uno de los dos mecanismos de cultivo de este “conflicto”, además, ha pasado ya hace muchos años a convertirse en algo siniestro desde el momento en que ha costado y pasará, desgraciadamente todavía, a costar la vida de muchas personas, víctimas del azote de las armas.

Desde este enfoque, un primer análisis desvela que la estrategia que han desplegado para tratar de resolver sus cuitas esconde una contradictoria paradoja: Su estrategia es profunda y sustancialmente española. La historia de España, desde la invención de las guerrillas (aún antes), que algunos no conocerán, y que constituye la mayor aportación ibérica a la estrategia bélica del planeta, está plagada de tiros en la nuca, bombas en pucheros, y acuchillamientos por la espalda. Hasta el famoso y españolísimo caballo de Pavía se sentiría orgulloso, en su espíritu Marciano, de la resolución de conflictos a tiros. Esta simple y atroz característica deshace el principal postulado reivindicativo de su lucha: No puedes negar tu españolidad cuando tus actitudes son profundamente españolas, y en las antípodas de, por ejemplo, países septentrionales con los que has tratado de identificarte como argumento para avalar tu diferenciación histórica. Esta característica, y mientras no se acabe con la estrategia de las armas, siempre evidenciará las sombras de su argumentario oficial, eliminando de facto su construcción ideológica basada en un “hecho diferencial” difícil de demostrar con sus acciones.
Esta conclusión me reafirma en que, ahora más que nunca, debemos enfocar el asunto en su trasfondo sociológico para encontrar nuevas claves a este cruel, inútil y excéntrico comportamiento contrapuesto a la doctrina de sus fines. Un buen ejemplo de esta irracional conducta, sería el de un gato que mientras muerde y araña, insistiese en que él, es en realidad un perro. Para asombro de los que más reniegan de su condición hispana, son ellos mismos con su cavernícola actitud, los que vienen reafirmando lo más negativo de la España brutal y primitiva, manteniéndose de hecho, como la reserva espiritual de lo peor de los españoles. De una España afortunadamente antigua, de la que si bien no podemos renunciar, bien vale la pena al menos conocer, para evitar sus estragos en el futuro.

¿Pero porqué el gato quiere ser perro?
La segunda parte trata sobre el porqué de la anuencia por parte de los políticos locales a la acción de estos vándalos armados. Muchos han opinado desde un prisma político, que ambas acciones, la armada y la política tiene el mismo fin. ¿Pero cuál es este fin? Aquí entramos a responder la retórica pregunta anterior: A lo mejor resulta, que lo que él gato en realidad quiere, es no ser un perro y por tanto perder así sus privilegios domésticos. Mientras nuestro gato continúe con su extravagancia identitaria, nadie cuestionará, porqué él puede dormir en una cama caliente y se lleva las mejores raciones durante la cena, mientras su perruno compañero duerme todas las noches al raso.
No sería por tanto descabellado pensar, que la tan cacareada ansia de independencia quizá no es del todo auténtica, ya que implicaría en última instancia la desaparición de sus privilegios. Desde el punto de vista sociológico, el fondo de su eterna reivindicación política simplemente encubriría algo mucho más prosaico: El interés por proteger y mantener su actual estatus, que comprende entre otras prebendas, su autonomía financiera; el famoso cupo vasco, que a través de un tupido velo reivindicativo trata de enmascarar su dudosa compatibilidad con una democracia igualitaria. De ser así, su estrategia siempre se basará en la exigencia perpetua de máximos para no entrar en el fondo del asunto y no hacer así evidente el agravio comparativo que supone su actual situación. De esta manera nunca se afrontará la auténtica realidad, que opaca la difícilmente explicable situación que representa el que, en pleno siglo XXI y tras una transición democrática, unos cuantos ciudadanos de nuestro país convivan con el resto, desde una situación de ventajas económicas institucionalizadas por prebendas medievales. Sería realmente triste, que de ser esto así, este segundo mecanismo de comportamiento, resumido en que la mejor defensa es un buen ataque, haya existido en el trasfondo de la absurda e intolerable perdida de vidas humanas durante todos estos años de democracia.

El ciudadano medio desconoce que hoy por hoy, en nuestro país, no todos tenemos las mismas cargas fiscales, incumpliéndose el principio constitucional de igualdad de todos los españoles ante la Ley; la difusión de esta realidad pondría en evidencia que además, curiosamente, son siempre los que más se quejan, los más beneficiados. Esto es una realidad indiscutible y difícilmente corregible desde el ámbito sociológico, salvo que en los colegios se impartiese una asignatura que podríamos titular “España y sus recovecos”, que además sería dificilísima. Sólo en el momento en que exista una conciencia colectiva y mayoritaria de esta antidemocrática circunstancia, se podrán abordar con rigor los mecanismos constitucionales que permitan establecer igualitariamente las obligaciones y los derechos imprescindibles para construir un Estado moderno, incompatible con los principios feudales todavía en vigor. En ese deseable momento, a lo mejor nos llevaríamos sorpresas sobre quién pediría la independencia sobre quién, concluyendo para siempre la reivindicación de su perpetuo agravio mediante el uso de la violencia, amparado por las actuales y paradójicas circunstancias que lo nutren indefinidamente.

Esta senda no aparece demasiado clara en el horizonte de nuestro panorama político. Mientras los políticos directamente implicados en el asunto no tengan el coraje democrático suficiente, y a través de una intensa pedagogía, para rasgar el velo que oculta la existencia de agravios comparativos en nuestro orden institucional, podemos vaticinar que desgraciadamente tendremos que continuar sufriendo el azote de estos españoles primitivos, armados y embozados en este velo del privilegio indiscriminado; apareciendo ante nosotros, siempre por la espalda, como espectros fraguados en tiempos pretéritos, y empuñando la guadaña de la genuina barbarie ancestral de nuestra querida y peculiar piel de toro.
El sordo y tenebroso aguafuerte del de Fuendetodos, ya nos lo anticipó.

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