jueves, 20 de noviembre de 2008

La Burla Negra

“Como los icebergs, debajo de cada mueble flotante hay siete partes de serrines y barnices, y horas que no se ven, y si Dios hubiera querido que los barcos fueran de otra manera (o madera) habría hecho los árboles de fibra de vidrio ...” - Ramón Lastra

Añorado Gran Dragonier,
Parece que fue ayer, y hace ya casi dos años que soltaste amarras y te echaste al mar infinito, para no volver a pisar esta inhóspita tierra.
Aquellas lejanas tardes de dorado verano, también hoy evaporadas, nadie podía sospechar que el cangrejo maldito con el que tus dedos jugaban compulsivamente, te acabaría alcanzando para embarcarte precipitadamente, en la eterna singladura que todos tenemos pendiente.
Recordaba con mi hermano algunos lances de esas tardes estivales, y reíamos rememorando tus apariciones por el Vicaño, a lomos de tu vieja Road tresymedio a la que otorgaste el regalo de una tercera juventud, con fileteado blanco y stickers customizados por tus incansables manos de artista, y que estrenamos en la Armenteira con una hilarante “salida de pista”, sin mayores consecuencias que el susto de un viejo cruceiro. Nunca he olvidado, que en mi infancia fuiste uno de mis maestros en la vieja Escuela de Vela, ni tampoco las tardes que compartimos, manejando traviesas gotas sobre pliegos de algodón, con un Cutty entre las manos, y debatiendo las bondades de Windsor y de Newton mientras nuestra imaginación divagaba entre mares imposibles, surcados por los más bellos artefactos creados nunca por el hombre.

Una tarde, emboscados en el laberinto rocoso de nuestra privada costa, incluso asaltamos con tu complicidad aquel navío prestado, cargado con niñas monas que algún imprudente te había confiado, necesitando de toda tu pericia marinera para esquivar la lluvia de piñas que arrojamos desde nuestro bote, sorteando los bajíos. Recuerdo tus risas al comentar la jugada, que según tus propias palabras, fue sin duda la más arriesgada acción de piratería que vieron las costas gallegas, desde los tiempos de nuestro admirado Benito Soto. Tu maravilloso y domestico museo marítimo de la Avenida de Orense, recién llegado de tu exilio madrileño. También tu ilusión contando tu doblada (al fin!) de Hornos, nuestro Cabo favorito.
Tuve la suerte de navegar en tu querido Stradivarius del mar, y hasta de portar tu gorra de Capitán de submarino alemán. Una tarde de marea alta hicimos una de tus exhibiciones favoritas consistente en acercarnos tanto al malecón de Combarro, que todos los comensales de la zona se desaforaron por advertirnos del peligro, mientras la regala de caoba del costado de estribor casi rozaba el viejo cantil, para virar repentinamente ante el asombro general de nuestros preocupados espectadores.
Aquel día disfrutamos como nunca del tradicional escocés, sintiendo en mi brazo el latido del Borresen más bonito que nunca surcó los mares, crujiendo bajo un noble noroeste entablado.
Quién sino tú, y tu fiel “Tannhauser”, previamente rescatado por ti, podrían haber salvado a aquella naufraga lanuda de una muerte segura a la altura de Campelo; rescatador y rescatada rezaba una de tus fotos favoritas.

Hace unos años, sombra de un mal presagio de futuro, te acercamos a Montecelo ante el cariz de tu tos persistente y sobornamos al médico, sin gran éxito, para apercibirte por tus excesos a los que jamás prestaste excesiva atención. Ahora sé, que a pesar de ello jamás descompusiste tu personal y extravagante perfil de dandy bretón, ya predestinado al sordo silencio de la eterna calma ecuatorial.
Pocos supieron valorar merecidamente tus obras y tus inmensos conocimientos navales, en un país tan prejuicioso y poco afecto a otra tradición que no sea la ideológica. Desde los tiempos de Rafael Monleón, nadie supo interpretar el mar y sus naves como tú, y como muchas veces comentamos, tu intensa y personal vida hubiése cambiado, si tu lugar de nacimiento hubiese estado en Cowes, Newport o Nantucket. Como Lord Jim, perseguiste tu fatal destino contra viento y marea, siempre a tu aire, siempre a tu ritmo, sin escuchar más consejos que el de los cantos inaudibles de tus célticas sirenas, y al son de tu pincel de fina marta cibelina.

Querido Moncho, el aciago día en que “La Burla Negra” vuelva a asomar sus cangrejas por la boca de la Ría, estaré dispuesto para embarcarme, sin más equipaje que el mar en la mirada, y con la seguridad de que a la rueda estarán tus firmes manos, de irrepetible artista marino.

Y de nuevo, volveremos al mar.

Obra de Ramón Lastra: http://www.ramonlastra.com/

1 comentario:

ONDA dijo...

Memorable necrológica querido amigo.
LLena de aventura y de ternura.

Un fuerte abrazo y suerte en tu travesía.

Tenemos que vernos algún lustro de estos.

Te invito a la puesta de largo de la Señorita Torre Eiffel.

Cuídate.