lunes, 3 de noviembre de 2008


Por la Ciencia y la Gloria Nacional...

“El progreso no consiste en aniquilar hoy el ayer, sino, al revés, en conservar aquella esencia del ayer, que tuvo la virtud de crear ese hoy mejor” - José Ortega y Gasset

Con esta frase, hoy seguro que políticamente incorrecta, el profesor Robert Ryal Miller comenzaba el título de su magnífico libro sobre la denominada Expedición Científica del Pacífico (1862-1866), editado en 1983 por Serbal, en el que se narra e ilustra la, desconocida por el gran público, epopeya protagonizada por un reducido grupo de científicos españoles de la época, entre los que destacó Marcos Jiménez de la Espada. El libro relata con bastante minuciosidad las circunstancias que rodearon la expedición, sus descubrimientos y aportaciones al conocimiento, y sobre todo, los penosos avatares en los que transcurrió la nunca debidamente recompensada gesta.
Este eminente naturalista, geógrafo e historiador, tuvo un papel preeminente en la misma, y su incansable naturaleza contraria al desaliento le condujo incluso a atravesar a pié, en solitario, y sin apenas medios, el continente americano de oeste a este, concretamente desde el Pacífico hasta el Atlántico por los más intricados recovecos de los ríos Amazonas, Orinoco, y parte de sus afluentes.
Todavía recuerdo la anécdota, que contaba divertidamente mi abuela Ana, al respecto del encuentro casual de don Marcos con una expedición británica de salacof y camisa almidonada en un recóndito afluente del Amazonas, en una escena digna de la “Reina de Africa”. Los expedicionarios ingleses instalados en una confortable nave fluvial forrada de mosquiteras, contaban con guías locales, y hasta con servicio contratado para atender sus necesidades básicas, y no dieron crédito a sus ojos cuando, mientras disfrutaban de una reconfortante taza de té, vieron surgir de entre la espesura de la selva, a un hombre blanco y de larga barba, que descalzo, con un morral al hombro y unos cuadernos de apuntes como únicas armas, les informó de las circunstancias y objetivos de su increíble periplo científico representando a España.

Es bastante obvio que en España, y por múltiples causas, nunca se ha prestado la debida atención, por no decir otra cosa, a los que han perseguido el avance del conocimiento. Los mecanismos transformadores de la civilización en su imparable y constante evolución son bastante simples, y las oportunidades para cualquier nueva aportación se producen sistemáticamente como resultado y consecuencia lógica del desfase entre el conocimiento y su aplicación práctica. En el caso concreto de la técnica, el asunto se aprecia más claramente, y todos los inventos modernos se sustentan en este mecanismo. La revolución tecnológica que vivimos es una fuente inagotable, para un observador agudo, de este tipo de disfunciones entre el Estado de la Técnica y las nuevas necesidades creadas a partir de su evolución. Diferentes ámbitos tan dispares como la medicina , la robótica, o el transporte son buena prueba de ello.
El transporte aéreo, en concreto, es un buen ejemplo para comprender el argumento: Hoy en día una carta tarda siete horas desde Nueva York hasta Madrid en una aeronave de última generación. Esto, que gracias a los aviones a reacción hubiese sido impensable hace tan solo unas décadas, es sin embargo hoy algo poco sorprendente (y por tanto mejorable) teniendo en cuenta que la misma carta, en contenido y apariencia, tarda escasas décimas de segundo en hacer idéntico recorrido a través del Correo Electrónico. La rendija entre esta realidad y el estado de la técnica obligarán a corregir este “desacompasamiento” en algún momento. Para todo ello, por supuesto, es necesaria la intervención de algún espíritu inquieto que por una u otra razón advierta la grieta y trabaje en su taponamiento, en aras del progreso colectivo.
A mí, el tema siempre me ha apasionado, probablemente por un componente genético familiar relacionado con la curiosidad, y tal vez también por haber pasado parte de mi infancia entre ejemplares, de mitad del siglo pasado, del Popular Mechanics con los que mi imaginación juvenil se desbordaba ante el festival de ingenio que mostraba, en toda su plenitud, el poder de la imaginación creadora del hombre.
Dentro de mis limitaciones, continúo manteniendo este espíritu que espero nunca me abandone.

Hace unos cuantos años, cansado de comprobar que la información sobre el estado del tráfico rodado en Madrid, y en la mayoría de las grandes urbes del planeta, era un clon diario de sí misma, un joven amigo mío se conjuró a buscar potenciales soluciones al problema de la logística urbana.
El resultado, tras mucho tiempo y dinero personal invertido, fue el desarrollo de lo que técnicamente se denomina como un “Modelo de utilidad” que incluso mi amigo llegó a patentar. El modelo, bautizado comercialmente como “Metrologist” consistía en el desarrollo de un sistema de transporte combinado de mercancías a través de la red del metro, que se completaba con un parque de furgonetas eléctricas con base en cada estación subterránea, destinadas a la distribución capilar de productos perecederos y de consumo. La congestión del tráfico urbano en horas punta, la necesidad por rentabilizar la inversión que acarrea un suburbano, con el lujo que supone no tenerlo en funcionamiento permanente las 24 horas al día, sumados al ahorro energético y a la reducción de emisión de gases son, entre otros, argumentos sólidos para prever su implantación y desarrollo en un futuro cercano. El estado actual de la técnica permite además su implantación tanto en instalaciones existentes, con su pertinente adaptación, como en las de nueva creación, sin mayores complicaciones. Tras la expectación creada con la publicación del invento, comenzó la consecuente carrera para su difusión y desarrollo. El resultado, tras recorrer muchos pasillos administrativos fue desolador. De entre todos los portazos recibidos, me quedo con un ejemplo lo suficientemente ilustrativo como para no seguir el desesperanzador relato: Una autoridad local responsable del negociado en cuestión le dijo:
-Es lo más sorprendente que he visto en toda mi carrera, no obstante es completamente inviable por una poderosa razón; los sindicatos del ramo jamás permitirán que los conductores de metro trabajen por la noche...-
Muchos comprenderán que mi amigo esboce una sonrisa cuando escucha, en nuestro país, hablar de I+D. No lo puede evitar.

Valgan al menos estas líneas para homenajear a todos los hombres, que como Marcos, continúan su destino solitario con el afán y el tesón de los que pensaron que el avance del conocimiento y su difusión son la única esperanza para un futuro armónico de nuestro planeta.

Mi tatarabuelo recibió muchas distinciones, la mayoría de instituciones extranjeras de gran prestigio. Cuando, al final de sus días, la Academia Española de la Historia por fin reconoció el valor de aquel hombre de acción, que entre otras cosas delimitó las actuales fronteras entre Colombia, Perú y Ecuador, mediante la concesión de una medalla de oro como distinción a su brillante trayectoria, éste tuvo que disculpar su asistencia al acto de entrega de la misma.
Don Marcos no disponía del dinero necesario para pagar el prescriptivo traje de frac, impuesto por la etiqueta académica, y establecido para aquella magna ceremonia.
Yo, un poco menos joven, aún mantengo la patente en el cajón de mi escritorio.
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Más información sobre Marcos Jiménez de la Espada:
http://es.wikipedia.org/wiki/Marcos_Jim%C3%A9nez_de_la_Espada

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