lunes, 6 de octubre de 2008


EL RELOJ COMO INSTRUMENTO TERAPEUTICO Y TESTIGO COTIDIANO DE NUESTRA VERDADERA ESENCIA

“Tempus itinere”

Nadie podrá refutar que el control de la medida del tiempo ha tenido y tiene una trascendencia fundamental en nuestro torpe sistema vital.
Las aplicaciones y beneficios más evidentes de este avance son innumerables, sin embargo, casi nunca se relacionan con la base terapéutica que nuestras máquinas de medida cotidiana pueden proporcionar a nuestra conciencia íntima. En nuestro complejo sistema de percepción cognitiva solemos eludir las segundas lecturas de lo aparentemente evidente. El arcén de nuestra senda vital se halla repleto de señales a las que generalmente no prestamos la debida atención (así nos va...), y el reloj es una de ellas.
Medir algo siempre implica un intento por el control sobre este algo, o por lo menos un afán por abarcarlo y aprehenderlo. Una vez más luchamos contra otra ilusión de nuestros sentidos. Nuestra interacción con el transcurrir del tiempo es siempre relativa dependiendo de cada instante. Una simple mirada a nuestro reloj nos descubre que el itinerario es circular y no lineal. Las agujas volverán indefectiblemente al mismo punto de partida, en una carrera loca y sin final. ¿Quién persigue a quién? El segundero nos asombra con su velocidad, el minutero con su persistencia y la aguja horaria con su parsimonia. Dependiendo de nuestra situación momentánea las velocidades relativas de cada elemento cobran o reducen velocidad, demostrando su relatividad desde el punto de vista del observador. Así una y otra vez hasta el fin de los días en un ciclo intemporal. Esta simple y atenta observación nos hace evidente lo que nuestros sentidos únicamente aprecian desde planteamientos matemáticos, la tierra rota, se traslada, y avanza por el espacio. Nuestros sentidos no son capaces de observar lo evidente y buena prueba de ello ha sido el lento transcurrir de milenios hasta que el hombre ha comenzado, aún de forma primitiva, a localizar su aproximada posición en nuestro envolvente y estático universo cósmico inmerso en un permanente movimiento.
Toda esta magia se esconde tras el aparentemente ingenuo baile de las manecillas de mi reloj de pulsera, que como la luz de un faro destelleante en medio de la inmensidad de un océano cósmico, tiene a bien regalarme en cada mirada. Cada destello, cada intervalo, es un aviso a los navegantes. Nos confirma que la aprehensión es del todo vacua e inútil. Una ilusión más de nuestros sentidos. No se puede medir lo que no existe, y nuestro fiel instrumento de medida, paradójicamente, nos lo recuerda constantemente. Esto nos lleva a concluir que la vanidad del ser humano no se resigna ante su destino circular, al haber creado algo que le recuerda constantemente que nuestros mejores instantes escapan sin remedio. ¿Puede haber por tanto algo más valioso que este objeto animado, que de una forma tan desinteresada, cotidiana y evidente nos apercibe de la existencia de la no realidad abriéndonos la puerta a la meditación necesaria para la valorar adecuadamente e intentar repetir esos instantes que nos han hecho mejores? Esta característica eleva su condición a la de un maestro personal, de bolsillo, pared, o pulsera y por lo tanto lo hemos de reverenciar y aprender de sus enseñanzas. Sólo los maestros han llegado a determinar que no busquemos respuestas ya que no hay preguntas posibles...
Tras estas inútiles y momentáneas reflexiones, os dejo para reunirme con carácter de urgencia con mi modesta curia de pequeños sacerdotes particulares; un día más, se afanarán como siempre ajenos al desaliento, (¡vana aspiración!) en hacerme llegar su grito de Katsu encriptado entre los silencios de su tic-tac.
Habrá que estar atento...

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