miércoles, 15 de octubre de 2008

UNA DE PERROS

Todo lo que vivimos es digno de ser vivido. Tu actitud para afrontar la vida es mucho más importante que tu propia vida. Proverbio ZEN

Hoy me voy a limitar a resumir una de mis historias favoritas:

“Hace muchos años, un perro joven y valiente se aventuró a salir del poblado que solía habitar. La culpa quizá la tuvo algún ruiseñor juguetón, que disfrutaba mientras el perro perseguía inútilmente sus cortos vuelos, entre los arbustos plagados de flores silvestres. Tras un sinfín de carreras atravesando prados y arroyos, aquel malévolo ruiseñor desapareció y el perro, de pronto, se dio cuenta de que había llegado demasiado lejos. Miró a su alrededor y notó que el paisaje que le rodeaba ya no le era familiar. Pronto asumió su situación; se encontraba perdido.
Sin saber exactamente que dirección tomar, se decidió a avanzar en línea recta envuelto en aquel desconocido paisaje. Tras mucho caminar llegó hasta la orilla de un gran río. Se encontraba exhausto y desorientado. Aquel obstáculo aparentemente insalvable se hacía infranqueable ante sus ojos, mientras su instinto le decía que, tras él, se encontraba el camino de vuelta a su hogar. Añoraba el poblado que imprudentemente abandonó, pero el miedo le impedía siquiera plantearse el vadeo de aquel inmenso caudal de agua. Decidió avanzar en paralelo al río en busca de un paso franco. Tras caminar unos minutos entrevió entre la maleza de la ribera un puente que unía ambas orillas. En medio del puente se alzaba un imponente palacio de cristal y espejo. Muy contento con el descubrimiento se dirigió de inmediato a él.
Al aproximarse al inicio del puente se topó con otro perro. Este era un ejemplar soberbio, un macho adulto que inspiraba miedo. Nuestro joven protagonista se atemorizó en un principio. Sabía que cruzando aquel puente se acabarían todos sus desvelos, pero las incertidumbres continuaban atenazándolo. De la forma más amistosa posible se aproximó al perro grande. Una vez hechas las presentaciones, el perro grande le explicó, que efectivamente ese era el camino de vuelta a su casa, tal y como nuestro amigo había supuesto instintivamente. El también se encontraba perdido. Nuestro protagonista inmediatamente le propuso cruzar el puente juntos. El perro grande sin embargo le espetó: -Será mejor que el puente lo atraviese yo primero, tu eres demasiado débil, y si surgen complicaciones no serias más que un estorbo. Cuando me veas salir al otro lado del puente podrás pasar.
Dicho esto, nuestro amigo se sentó resignado en el inicio del puente, mientras el gran perro comenzó a avanzar hasta adentrarse tras la puerta del palacio de cristal. Nuestro protagonista confiaba en ver salir a su compañero por el otro extremo del puente pero esto no sucedía. A los pocos instantes comenzaron a escucharse fuertes ladridos y frenéticas carreras. El perro salió despavorido por la misma puerta que acababa de franquear. Nuestro amigo desesperado preguntó: -¿Qué ha pasado?-, -¿Quién te ha atacado?- El perro jadeante le contestó: -Hay cientos de perros ahí dentro, he tenido que salir huyendo ante sus amenazas, y lo que es yo, no pienso parar de correr hasta no encontrar otro puente. Y así lo hizo.
Nuestro amigo volvió a sentarse mientras meditaba sus posibilidades. Estaba verdaderamente exhausto, la noche se acercaba, y no quería ni pensar en tener que retomar un largo e incierto camino, encontrándose tan cerca de su destino. Finalmente decidió probar. No tenia demasiado que perder.
Sigilosamente comenzó a avanzar. Pronto llegó a la puerta abierta de aquel impresionante edificio construido con millones de cristales y espejos. Se encontraba resignado y a la vez determinado con su destino. Prefería morir en el intento a vagar nuevamente sin un rumbo fijo. En silencio, y con delicadeza en cada uno de sus movimientos comenzó a avanzar. Cuando alzó la vista vio cientos de perros que le observaban en silencio. Volvió a bajar la cabeza y continuó avanzando. Por el rabillo del ojo vio que los cientos de perros, reflejados en las paredes, avanzaban también en silencio y sigilosamente con él, hasta llegar a la salida. Una vez traspasada la puerta comenzó a correr y a los pocos minutos se encontró de nuevo en su añorado poblado.
Mientras jugaba, el ruiseñor le miraba, posado en la rama de un cerezo, con cara complacida."

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