martes, 28 de octubre de 2008


La reforma prostitucional

“Los intentos por abordar posibles soluciones a los grandes problemas siempre dan una terrible pereza, por ello, las de los más sencillos ni siquiera se llegan a considerar” - AP -

Siempre encontramos intermediarios entre nosotros y nuestra propia responsabilidad.
Las críticas al sistema protestante y a su supuesta hipocresía marcando rigurosas penitencias sociales dirigidas al que se sale de la norma, son sin embargo interpretadas por nosotros como la mejor prueba de lo indiscutible de nuestros planteamientos: hemos conseguido convivir con un principio ético y su opuesto sin ningún rubor.

Nuestros políticos, más expuestos a la observación por su condición pública que otros estamentos de la pirámide feudal contemporánea, son un buen ejemplo de ello. No hay más que observar el velo social que se impone tácitamente para ocultar sus actitudes privadas. Aquí nadie entiende que el fundamento a la censura de un político que engaña a su esposa, no tiene ni mucho menos como factor principal, un fondo moralista, sino uno de carácter ético mucho más importante para el colectivo. Los anglosajones se plantean: “Sí tal o cual político engaña a su mujer, traicionando la confianza de lo que supuestamente más quiere, ¿Quién me asegura que no me va a traicionar a mí, que ni siquiera me conoce?”
Su base ética se fundamenta principalmente en la confianza colectiva lograda únicamente a partir de la individual.

Un claro ejemplo de nuestra sociología patria sobre los temas morales, se percibe claramente en el asunto de la prostitución.
En España la prostitución no es ilegal, pero a la vez tampoco está regulada. La cuestión, por frívola que parezca no lo es en absoluto.
En el año 2002 se estimaba que la industria más antigua del mundo movía en nuestro país en torno a los 12 mil millones de euros al año (dos billones de las antiguas pesetas) http://www.cesarsalgado.net/200208/020811e.htm. Sí es así, creo que el tema es digno de tomarse en consideración, sobre todo en la situación de crisis actual. Estamos ante un descomunal fraude fiscal a la vista de todos.

¿Qué esperan por tanto nuestros próceres para acometer su regularización inmediata? Estamos hablando de 2 billones de pesetas, seguro que mucho más actualmente, y por supuesto en dinero negro como el carbón, que por alguna extraña bula oficial escapa de sus obligaciones con el fisco, con lo que ello supone de agravio comparativo con el resto de “etiquetados” por la Hacienda pública. Los principales frentes de beligerancia y oposición a la regularización de ésta actividad vienen de dos polos aparentemente opuestos:
Por un lado tenemos al frente feminista, enmarcado en lo políticamente correcto, que enarbola la bandera de la dignidad de la mujer sobre cualquier otra consideración. Es curioso que este frente sea capaz de defender el derecho de las mujeres a hacer lo que quieran con su cuerpo, incluso en casos con “daños a terceros” como es el aborto, y sin embargo en este caso les parezca denigrante practicar sexo, voluntariamente, a cambio de dinero. Dirán que el problema es precisamente ese; el dinero. Su argumento lamentablemente nos llevaría a desmantelar la sociedad actual, ¿cuántas cosas se hacen a cambio de no recibir nada? De hecho y con este argumento cualquier trabajo sería denigrante, ya que tenemos que recibir un estipendio a cambio para desempeñarlo.
El segundo frente de oposición, se resume a algunas convicciones religiosas, curiosamente empleando el mismo argumento anterior sobre la degradación moral. La realidad se acerca más a una visión, plenamente legítima dentro de su club, del sexo como instrumento meramente reproductivo. La justificación histórica a esta oposición también existe, evidentemente es compleja y entre otras cosas se ve afectada por el problema sanitario derivado del mundo del sexo de pago, antes sin tratamiento adecuado. Hoy en día la situación médica ha cambiado sustancialmente, y afortunadamente las condiciones en nuestro país deberían permitir el control de las/los profesionales y usuarios/as implicados.
Esta regulación terminaría también en gran medida con el siniestro mundo del proxenetismo y sus mafias; el caso holandés es una buena prueba de ello.

La regulación acarrearía necesariamente un sustancioso ingreso para el estado a través de los impuestos hoy deliberadamente oscurecidos por la legislación que nuestros políticos nos han regalado.
No encuentro por tanto razones objetivas para evitar que la llamada profesión más antigua de la humanidad, sin entrar en su beatífica necesidad social, no pase de una vez a soportar una regulación y control como cualquier otra actividad económica.

Mientras tanto, continuaremos viendo en nuestros principales medios de comunicación escrita la enorme profusión de espacios publicitarios repletos de promesas de placer a cambio del vil metal, compradas por cierto con dinero de dudosa legalidad fiscal, y escritas al parecer con tinta invisible para los responsables de nuestro gobierno y hacienda pública.

Y luego dicen que Hacienda somos todos, desde luego en nuestro país todos menos los chulos y las putas diría yo.

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