jueves, 30 de octubre de 2008


La superbolsa o la refundación del capitalismo

“La riqueza es como el agua salada; cuanto más se bebe, mas sed da” - Arthur Schopenhauer

Tengo un amigo que durante el transcurso de las reuniones de negocios, en los momentos de más fragor, siempre decía: “Permitidme una aclaración para añadir un poco más de confusión”. Yo me la voy a permitir desde este observatorio virtual.
Confío en que esta líneas ayuden a aclarar los entresijos de la crisis financiera mundial, que en el fondo son muy simples:
Todo comienza cuando los países emergentes comienzan a jugar con lo réditos de su trabajo; este capital sin pasaporte, y fruto de la actividad multinacional, comienza a viajar por el planeta en busca de rentabilidad. El mercado de valores de referencia, el norteamericano, al que se unen todos con el tiempo, no hace ascos (les hemos comprado todo) a esta reversión económica y comienza a aceptarla con sus propios mecanismos y estándares de control.
El festín bursátil está servido, llegándose, por la inercia especulativa, a que los productos financieros se sofistiquen de tal forma que el verdadero valor objetivo de estos productos, originados en cualquier rincón del planeta, únicamente se sostiene, en última instancia, por la solvencia productiva de los países que los generaron. En un momento dado, los países productores de petróleo deciden incrementar su precio recortando la producción. Esto hace peligrar la solvencia productiva de los países emergentes, y por ende del valor objetivo de los productos financieros, originales y derivados, en cuestión.. A partir de ahí, y ante esta incertidumbre, el mercado dominante se protege no aceptando el valor objetivo atribuido antes, a los capitales especulativos. La desconfianza se extiende y el sistema se cae, consecuencia lógica de la falta de regulación con carácter transnacional que homologue los criterios de valoración. El desajuste, en definitiva, se produce a partir de la aparición de una nueva economía transnacional, en el sentido geográfico de la expresión, que juega en mercados financieros de otros países, y con una clara dependencia, como siempre, del patrón de fondo real, que no es otro que el coste energético.
La solución al problema estrictamente financiero, para desconsuelo de los que sueñan con el fin del capitalismo, apuntando incluso al cierre de los mercados, se nos aparece evidente y se resolverá a corto plazo, probablemente en la próxima cumbre de Washington de una forma bien diferente:

La creación del primer supermercado de valores de ámbito mundial: La Superbolsa.

La unificación de los mercados, lógica consecuencia de la globalización, es a priori la única forma posible para establecer un marco que fije los criterios y los mecanismos valorativos de una forma objetiva y atendiendo a unas reglas globales.
La creación de la Superbolsa solucionará como digo la vertiente financiera del problema, otra cosa es la cuestión de fondo, la dependencia de los recursos energéticos tradicionales, que continuará como una espada de Damocles sobre cualquier mercado especulativo sea cual fuere su ámbito o dimensión.
Nosotros, los españoles, en este desarrollo entraremos como segundo plato, algo lógico si tenemos en cuenta nuestro peso real, y el hecho de que nos pasaremos una buena temporada dedicados al estéril intento de fiscalización del fondo, de administración secreta, que hemos creado para respaldar económicamente a nuestras “saneadas” entidades financieras. El preludio ya apunta a la tentación, por parte de los políticos, a conseguir el control económico de las Cajas de Ahorros que quedan fuera de su ámbito competencial, al pertenecer éstas a autonomías de distinta ideología a la suya, a través de estas “intervenciones” puntuales. El tiempo lo dirá.

Volviendo al asunto transnacional, la humanidad cíclicamente ha tenido que resolver los problemas que plantea el desarrollo desacompasado entre una necesidad concreta y su realidad evolutiva. Aquí estamos, ni más ni menos, ante el germen de uno de estos desafíos, de los que hasta ahora siempre hemos salido como aparentes vencedores.

Tengo la convicción de que, en alguna parte del planeta, algún sesudo economista quizá desconocido aún, acabará dando con esta lógica salida , y enunciará el diseño de puesta en marcha de este “Supermercado Mundial de Valores” que sin duda le valdrá el Premio Nóbel de Economía. Entretanto, yo me voy a otro supermercado bien distinto, al “Súper” de mi pequeño pueblo, dispuesto a comprar un caldo adecuado para brindar, anticipadamente, por la concesión de ese preciado galardón a tan insigne economista.

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