viernes, 10 de octubre de 2008


LA TEORIA DE LA REFLEXION DE LOS QUASARS Y OTRAS DIVAGACIONES ESPECULARES
A mi hermano José. Katsu!

"Los conceptos y principios fundamentales de la ciencia son invenciones libres del espíritu humano." Albert Einstein

Hace unos cuantos años leí un magnífico libro que recopilaba las teorías fundamentales de Albert Einstein. De entre todas, hubo una que me fascinó, titulada “Teoría de la reflexión de los quasars”. Los quasars están considerados como los astros más luminosos del Universo, y su origen se encuentra en la colisión entre dos galaxias. Se especula con la existencia de un agujero negro en su interior y se caracterizan por la tremenda cantidad de radiación que emiten. Con esta teoría Einstein demostraba matemáticamente la explicación al fenómeno de “simetría reflejada”, concluyendo que por cada quasar detectado existía un reflejo del mismo en otra parte del Universo. La Teoría, como digo, está comprobada desde un punto de vista matemático, pero no existe por ahora constatación empírica de la misma.
Poco tiempo después contrastaba con mi hermano las conclusiones de mi lectura, centrándonos sobre todo en la asombrosa peculiaridad que representa en la naturaleza la reflexión de la luz. Mi hermano desarrolló de inmediato una interesante teoría que abundaba en el carácter casi sobrenatural de las propiedades de un simple espejo; y es que los espejos son objetos realmente peculiares...
Cualquiera puede hacer este simple experimento con un espejo colgado en nuestra pared: Sí nos situamos frente al espejo observaremos el fondo de la estancia reflejado en él. Sí comenzamos a movernos por la estancia, sin dejar de mirar al espejo, observaremos que el fondo lógicamente también varía, y dependiendo del ángulo, la imagen reflejada va abarcando otros puntos diferentes. Con estas variaciones (que obviamente se producen por el cambio de posición del observador) podemos llegar a abarcar toda la estancia. La primera conclusión que podemos extraer es esta:
El espejo es capaz de reflejar todos y cada uno de los rincones de la estancia. Por decirlo de una manera comprensible, es capaz de contener toda la información de la estancia, y de hecho la contiene, convirtiéndose en una “máquina” de almacenamiento de datos. Obviamente nosotros como simples observadores, no tenemos la capacidad de mantener miradas simultáneas, pero esto no impide que el espejo mantenga en su esencia su propia integración de reflejos/conocimientos, aunque no lo estemos observando. El espejo por tanto, atesora una enorme cantidad de información y además no emplea ninguna energía para funcionar como tal. La segunda conclusión lógica, es que sí reducimos el tamaño del espejo hasta dimensiones ínfimas, éste todavía conserva sus propiedades. La integración de puntos que conforman imágenes se producirá también a una escala diminuta, pero se continuará produciendo mientras la partícula en cuestión conserve sus propiedades reflexivas.
Imaginemos ahora este experimento aplicado al Universo: un espejo del tamaño de un botón sería capaz de contener la imagen reflejada de todo el universo (y aún nos asombramos por la capacidad de un vulgar microchip!). Todo esto es por supuesto constatable mientras exista al menos un observador fugaz. Las derivaciones incluso teológicas sobre este fenómeno son enormes, ¿existe algún ser con capacidad de observación simultánea (don de la ubicuidad), y por tanto de abarcar todo?. A todos nos sonarán familiares estas frases: “todos estamos hechos a imagen y semejanza de Dios”, “Dios lo ve todo”, etc... que cada cual extraiga sus propias conclusiones.

Desde luego la fascinación por los espejos es casi consustancial al hommo pensante desde tiempos pretéritos, y probablemente se inició con la temerosa mirada a una charca en calma, efectuada por algún ser primitivo; posteriormente han sido muchos los autores que han tratado el tema con profusión y originalidad, significándose entre otros el famoso Lewis Carroll.
No obstante a todo lo dicho hasta ahora, el enigma de los espejos continuará constituyendo un fascinante misterio, que tal vez sólo resolvamos el día en que nos toque atravesarlo, para entrar en un nuevo y desconocido universo. Por si acaso, y hasta la llegada de ese día, convendría afanarnos en que el nuevo reflejo, que nos desvuelve cada mañana este simple objeto cotidiano, nos transmita paz y armonía. Seguro que nuestro espejo será feliz.

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