lunes, 27 de octubre de 2008


El valor mágico de las palabras

“A los caballeros se les reconoce por sus hechos y no por sus palabras” - Miguel de Cervantes

Es sorprendente la reacción humana a las palabras. Una simple palabra, siempre al albur del viento, es capaz de desencadenar una guerra y otra es capaz de terminarla. Pienso que esta característica cada vez nos acarreará más frustraciones en el mundo moderno. En la sociedad española siempre hemos tendido, además, a aislar las palabras de su significado y por ende de los hechos que representan, creando gran confusión. Los medios de comunicación han contribuido especialmente a que esto sea así, expresando opiniones cotidianamente sobre hechos sin contrastar y asignando al mismo tiempo significados falaces a cualquier termino, llegando a crear incluso profundas corrientes de opinión vacías de contenido. Con ello, eso sí, y gracias a un valor casi sobrenatural creado por el efecto mágico de las palabras, la sociedad receptora ha asimilado un marasmo de dogmas huecos elevados a verdad absoluta. La teoría del cambio climático, por otra parte muy interesante y digna de estudio y consideración en muchos aspectos, es un ejemplo claro.
En nuestro país, patria de la afrenta verbal que ha costado hasta vida de poetas, nuestros políticos domésticos nos provocan estas frustraciones habitualmente por su confusión constante entre la valoración y la selección de hechos y de palabras.
El tema no tendría más importancia, si como digo, esta característica no representase una losa constante llegado el momento de enfrentarnos con las consecuencias derivadas de esta secular falta de aptitud.

Nuestra presente situación real en el marco transnacional es una buena prueba de ello.
Hoy, como otras tantas veces, nos inunda una profunda melancolía al observar la cruda realidad sobre el papel al que hemos sido relegados dentro de los ámbitos de decisión de la civilización occidental, dominada por el modelo sociológico anglosajón; modelo que, de partida, denostamos y por tanto desconocemos.
Comprendo que alcanzar el conocimiento del justo valor de las palabras y de los hechos, en el ámbito de la siempre perversa diplomacia mundial, es una tarea que conlleva tiempo, estudio e inteligencia. En nuestro caso, la estrategia en política exterior se ha basado en la frase hueca y en la postura estéril, en definitiva en la fuerza mágica e ilusoria de la palabra como fuerza demagógica y transformadora de la realidad, en este caso acompañada también por la elección desafortunada de los hechos a representar. Esta fórmula tal vez triunfó en él ámbito interno, pero en el exterior es otra historia.

Este carácter de política exterior asamblearia, construida sobre sentadas ante banderas, dejadas en la estacada, y abrazos a personajes cuestionados, ilustra lo mal que casa la ingenuidad con la diplomacia. Sí perseguíamos algún fin, y esta es otra cuestión, el fracaso ha sido estrepitoso. Las conclusiones son desoladoras, no sólo por el hecho derivado de las propias consecuencias, sino por la evidencia de que la falta de talento es tan profunda en los que rigen nuestros destinos, que éstos ni siquiera son conscientes del simple catón que enuncia la imposibilidad de cambiar nada si no se está dentro del sistema que se pretende cambiar.
Algunos políticos anteriores sí tuvieron claro este concepto y actuaron en consecuencia. Sobre el pago que les dimos prefiero ni entrar.

Desafortunadamente para nuestro futuro a corto plazo, los hechos objetivos representados son mucho más importantes, para los que los juzgan desde dentro del sistema, que un millón de discursos bien intencionados.
Mientras no comprendamos que el mundo al final se mueve por hechos y no por palabras y que, por tanto debemos ser extremadamente hábiles en los que nos toque representar, no sabremos encontrar un sitio en él mundo, y desde luego seremos incapaces de cambiar nada, sí es que esta es la intención, que así parece.
Durante una buena temporada seguiremos peleándonos demagógicamente por el valor de las palabras, confiando ingenuamente en que seremos capaces de cambiar las cosas sin siquiera formar parte de ellas, eso sí, suplicaremos hasta el último instante para que una palabra suya baste para sanarnos....

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